La miseria del militarismo parte I

«Con esto paso a hablar del peor engendro que haya salido del espíritu de las masas: el ejército al que odio. Que alguien sea capaz de desfilar muy campante al son de una marcha basta para que merezca todo mi desprecio; pues ha recibido cerebro por error: le basta con la médula espinal. Habría que hacer desaparecer lo antes posible a esa mancha de la civilización. Cómo detesto las hazañas de sus mandos, los actos de violencia sin sentido, y el dichoso patriotismo. Qué cínicas, que despreciables me parecen las guerras. ¡Antes dejarme cortar en pedazos que tomar parte en una acción tan vil!» Albert Einstein.

 Deshumanización y asesinato masivo automático; claves de eficacia militar   

Durante la Segunda Guerra Mundial, el general de brigada del Ejército de EEUU S.L.A Marshall llevó a cabo una investigación supuestamente con miles de soldados justo después de haber participado en un combate[1]. Esta sugirió que cerca del 20% de los soldados dispararon realmente al enemigo, incluso cuando estaban siendo atacados. Esto inspiró la conclusión de que en la guerra el miedo a matar cuerpo a cuerpo es casi igual al miedo de ser asesinado. Los estudios de Marshall fueron muy controversiales y discutidos, y actualmente su validez es muy dudosa.
Aun así, a pesar de que a veces parece prevalecer la opinión de que el humano es un ser cruel y despreciable, lo cierto es que en cierta forma nos caracteriza la empatía. Pero una empatía ciertamente extraña, dificulta matar un hombre cuerpo a cuerpo pero tiene menos escrúpulos en matar apretando un botón, y aun mucho menos en dejar morir. Richard Matheson trata este tema en su cuento “Button, button[2]”, donde una mujer recibe una caja con un botón y se le avisa que de presionarlo ganará 50 mil dólares pero morirá una persona en algún lugar del mundo, el hecho de que podría ser cualquiera que no conozca reduce su empatía por lo que decide apretar el botón (existen adaptaciones filmográficas de éste cuento, en la serie Dimensión Desconocida[3] y en la película de Richard Kelly “The Box”). Ciertamente, matar cuerpo a cuerpo no es psicológicamente igual a matar sin ver directamente a los ojos del enemigo. En las guerras modernas, la mayoría de muertes se llevan a cabo mediante bombas, fuego de cañones navales, apoyo aéreo, y artillería, el combate cuerpo a cuerpo es ineficaz, complicado, caro y lento. Matar no es tan fácil, sobre todo de cerca. Aún para un asesino profesional, como lo es un militar. Esto requiere un entrenamiento continuo de desensibilización.
En el capítulo «El hombre contra el fuego» de la serie de ciencia ficción Black Mirror, se desarrolla una tecnología para modificar la visión y los demás sentidos de los soldados para que vean a los enemigos como monstruos (“cucarachas”) y puedan matar sin culpa. Verdaderamente, en Estados Unidos se llevaron a cabo ensayos y técnicas para desensibilizar a los militares, principalmente durante la Guerra Fría, para que puedan matar sin culpa, incluso torturar sin culpa -y esta instrucción recibió parte de los que llevaron a cabo las dictaduras militares latinoamericanas. La base para el éxito y la eficacia militar es despojar al ser humano de todo lo bueno que lo caracteriza. El fin del ejército es hacer dóciles máquinas de matar y obedecer, despiadados, inhumanos. Un buen soldado es un buen psicópata.
Pero deshumanizar es costoso y se puede volver peligroso cuando luego se les da la baja. Varios asesinos fueron militares o ex -militares, como John Allen Muhammad, que fue Oficial del Ejército y mató con un rifle francotirador, junto a su hijo adoptivo, más de 10 personas en Washington D.C. Y  vemos como, por ejemplo, en Argentina existe una correlación entre el Servicio Militar Obligatorio y el aumento de la delincuencia[4], cosa que contradice la detestable opinión de los que coquetean con la ultraderecha pidiendo el SMO “para vivir seguros”. Como si esto se lograra perfeccionando los instintos violentos de los jóvenes y no reduciendo la desigualdad, eliminando el desempleo, invirtiendo en educación y aumentando la integración.
Fabricar personas violentas y obedientes con empatía reducida ciertamente no es lo más eficaz para ésta institución que busca perfeccionarse en matar o herir la mayor cantidad de gente posible de la forma más rápida y barata. De allí la tendencia del asesinato automático, de matar por control remoto, de evitar ver los ojos de la víctima. La matanza automática es recurrente en la historia, desde la guillotina hasta las cámaras de gas. La “racionalización” práctica de la matanza es en parte esquivar lo mejor posible cualquier punto de contacto con las naturales tendencias empáticas de un humano sano. Es fusilar en serie de espaldas, reemplazar la navaja al cuello por la guillotina, o mejor, meter a decenas de personas en una habitación y asesinarlas desde el otro lado de las paredes, organizándolos mediante un pensado sistema de cargos donde los mismos prisioneros ordenen a los prisioneros hacia su muerte (para entender como pudo funcionar esto es necesario entender el experimento Milgram que expondré a continuación) y así evitar un poco el depresivo contacto con las víctimas. Es disparar mediante drones o desarrollar armamento nuclear,  dejando la deshumanización para tropas especiales y especialistas en tortura.
Albert Camus analiza de modo muy interesante el asesinato “racionalizado” en El hombre rebelde junto con el asesinato de inspiración romántica. En esta obra analiza una reflexión de Sade que concluye en que puede entenderse un asesinato cuando este se lleva a cabo mediante un desborde pasional, pero no cuando es fruto de una meditación racionalizada. El ejército moderno se sostiene en las pasiones de odio nacionalista de la población que justifica en sus consciencias luego, la matanza racionalizada que lleve a cabo este.  Camus escribe que la consecuencia de la rebelión deseable es negar la justificación del asesinato (al contrario de lo que hace la rebelión nihilista) porque la rebelión deseable es en principio protesta contra la muerte y la injusticia. El ejército entiende esto, y se basa en fomentar la obediencia ciega para aniquilar cualquier espíritu de rebeldía.
“La desobediencia, a los ojos de cualquiera que haya leído historia, es la virtud original del hombre. A través de la desobediencia es que se ha progresado, a través de la desobediencia y a través de la rebelión” Oscar Wilde.
La rebelión hacía una autoridad arbitraria y abusiva es una respuesta natural de un ser humano digno. Pero no hay lugar para la dignidad en los ejércitos. Por esto es necesaria la supresión de la virtud de la rebeldía y el despojamiento, a veces mediante la humillación constante, de la dignidad y de la inteligencia.

Obedecer a costa de matar y morir; psicología del militarismo

¿Cómo alguien puede obedecer una orden que demanda asesinato?  El experimento Milgram es muy útil para entender esto. En resumen:
En los juicios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, muchos criminales de guerra nazis declararon que simplemente cumplieron órdenes y que por ello no podían ser considerados directos responsables de sus actos. Stanley Milgram realizó un experimento para intentar explicar el papel de la autoridad en los comportamientos morales, y así tratar de comprender el funcionamiento psicológico que explicaría como pudieron ser posibles los horrores de los campos de concentración en donde judíos, gitanos, homosexuales y otros enemigos del Estado nacionalsocialista fueron masacrados en masa. El psicólogo Stanley Milgram creó un «generador de descarga» eléctrica con 30 interruptores. El interruptor estaba claramente marcado en incrementos de 15 voltios, oscilando entre los 15 y 450 voltios. Puso etiquetas que indicaban el nivel de descarga, tales como «Moderado» (de 75 a 120 voltios) y «Fuerte» (de 135 a 180 voltios). Los interruptores de 375 a 420 voltios fueron marcados «Peligro: Descarga Grave» y los dos niveles más altos de 435 a 450 fueron marcados «XXX». El «generador de descarga» era en realidad de mentira y sólo producía sonido cuando se pulsaban los interruptores. Posteriormente se reclutaron 40 sujetos por correo y por un anuncio en el periódico. Creían que iban a participar de un experimento sobre la «memoria y el aprendizaje».   Con los participantes se designaron roles de “maestro/experimentador” y “sujeto”. El sujeto era en realidad un cómplice. Ambos sacaron un papel para definir los roles. El sorteo fue falso, ya que el sujeto verdadero siempre obtendría el papel de «maestro». El maestro vio que el aprendiz estaba atado a una silla y tenía electrodos. Luego, el sujeto fue ubicado en otra habitación delante del generador de descarga, sin poder ver al aprendiz.
El Experimento de Stanley Milgram fue realizado para obtener respuesta a la pregunta: «¿Cuánto tiempo puede alguien seguir dando descargas a otra persona si se le dice que lo haga, incluso si creyera que se le pueden causar heridas graves?» Los dos participantes se han conocido y se cayeron bien mutuamente, y piensan que cada uno podría estar en el lugar del otro, es decir, el maestro podría estar recibiendo las descargas. El sujeto fue instruido para enseñar pares de palabras al aprendiz. Cuando el alumno cometía un error, el sujeto fue instruido para castigar al aprendiz por medio de una descarga, con 15 voltios más por cada error. El aprendiz nunca recibió verdaderamente las descargas, pero cuando se pulsaba un interruptor de descarga se activaba un audio grabado anteriormente de alaridos. Si se llamaba al experimentador que estaba sentado en la misma habitación, éste respondía con una «provocación» predefinida («Continúe, por favor», «Siga, por favor», «El experimento necesita que usted siga», «Es absolutamente esencial que continúe «, «No tiene otra opción, debe continuar»), empezando con la provocación más suave y avanzando hacia las más autoritarias a medida que el sujeto contactaba al experimentador. Si el sujeto preguntaba quién era responsable si algo le pasaba al aprendiz, el experimentador respondía: «Yo soy responsable». Esto brindaba alivio al sujeto y así muchos continuaban.
Los resultados fueron que durante el experimento, muchos sujetos mostraron signos de tensión y 3 personas tuvieron «ataques largos e incontrolables». Si bien la mayoría de los sujetos se sintieron incómodos haciéndolo, los 40 sujetos obedecieron hasta los 300 voltios. 25 de los 40 sujetos siguieron dando descargas hasta llegar al nivel máximo de 450 voltios.  Antes del experimento de Stanley Milgram, los expertos pensaban que aproximadamente entre el 1 y el 3% de los sujetos no dejaría de realizar las descargas. Creían que tendrías que ser morboso o psicópata para hacerlo. Sin embargo, el 65% no dejó de realizar las descargas. Ninguno se detuvo cuando el aprendiz dijo que tenía problemas cardíacos.
No hay ética cuando hay autoritarismo que desvié nuestra culpa disonantemente, otra razón para entender porque da menos culpa apretar un botón para matar. Para entender mejor las implicancias de este experimento, recomiendo el documental “El juego de la muerte” (2009), donde relatan el experimento Milgram (mucho mejor que yo obviamente) y luego lo replican en una simulación de un juego de televisión con igual resultado. Esto no solo sirve para entender que un militar mate si así se lo ordena. También sirve para entender algunos abusos policiales, actos de corrupción, etc. Y sobre todo, el accionar de los militares durante dictaduras.
Hay muchos experimentos para entender como los roles autoritarios y disciplinarios incentivan la violencia sin sentido.  Uno de estos experimentos es muy conocido y fue realizado en 1971 por Philip Zimbardo, de la Universidad de Stanford. Este reprodujo una situación ficticia de presos y guardiacárceles, y observó cómo los prisioneros aceptaron sufrir un tratamiento sádico y humillante a manos de los guardias. El primer día no hubo mayores conflictos y el segundo día se desató un motín. Los simples roles de autoridad desataron comportamientos de humillación y todo tipo de violencia y abuso a los “reclusos”, y en este caso, se puede interpretar los reclusos como militares de menor rango.  Los resultados del experimento apoyan las teorías de la atribución situacional de la conducta en detrimento de la atribución disposicional, esto significa que fue la situación la que provocó la conducta de los participantes y no solo sus personalidades individuales. Entender esto ayuda a comprender cómo se vive en un cuartel, a veces, el mismo maltrato de parte de los superiores a los de rango inferior. Sobre este experimento también hay material filmográfico: la película alemana del 2001, Das Experiment  dirigida por Oliver Hirschbiegel, está inspirada en este. Se hizo un remake estadounidense en el año 2010 dirigida por Paul Scheuring.
Los efectos de la subordinación a las jerarquías están estudiados en los controvertidos estudios Whitehall. Estos mostraron una relación entre la subordinación de los “rangos inferiores” (particularmente en sirvientes británicos) y graves consecuencias como el aumento del estrés y la mortalidad y el empeoramiento de la salud cardiovascular. Los datos observados de este y otros estudios fueron bautizados como “el síndrome del estatus”.
También en los estudios sociológicos de Lippit y White[5] (realizado con grupos de niños para estudiar tipos de liderazgos) se mostraron datos contra las organizaciones autoritarias que mostraban frustración, poca productividad, agresividad y tensión (contrario al modelo de liderazgo democrático que pareció más beneficioso en general). Éste estudio de todos modos, posee algunas críticas[6] -el experimento de la cárcel de Standford tampoco está exento de algunas críticas.
Además de Das Experiment , otra película alemana interesante que ayuda a comprender la psicología militar es La Ola, aunque en realidad es aún mejor para entender el fascismo, nos brinda una gran ayuda también para comprender el militarismo en general (hay que tener en cuenta que el fascismo no es mucho más que la cultura militar aplicada a una nación). Este drama del 2008 está basado en un experimento real, llamado el experimento de la Tercer Ola. Este se llevó en Cubberley High School, un instituto de Palo Alto, California, con alumnos de secundaria durante la primera semana de abril de 1967, por un profesor (muy comprometido con su trabajo diré) llamado Ron Jones. Este se llevó a cabo para demostrar la facilidad en la que uno puede caer seducido por las ideologías autoritarias y sus grupos, realizado  en el marco de su estudio sobre la Alemania Nazi. Jones hizo hincapié en el lema: «Fuerza mediante la disciplina, fuerza mediante la comunidad, fuerza a través de la acción, fuerza a través del orgullo» (¿Qué más militar que eso?) Así armó una especie de juego de réplica del fascismo, utilizando sus técnicas de seducción, apelando al tribalismo y a todo lo que ello implica. El resultado fue que terminó siendo bastante fácil crear una micro-secta fascista con estudiantes de secundaria, cosa que se le terminó yendo de las manos. Jones llamó al movimiento «La Tercera Ola» inspirado en la noción de que la tercera ola de una serie suele ser la más fuerte.
Lamentablemente, las personas son seducidas muy fácilmente por el tribalismo. El militarismo apela a eso, a lo más detestable del ser humano. Algunas técnicas tribales que utiliza el militarismo (y que son clásicas del fascismo) son: apelar al orgullo de grupo, principalmente el nacionalismo. Apelar a realizar acciones sincronizadas, por ejemplo, marchas, cantos y contestaciones simultáneas,  que refuercen el sentimiento de pertenencia homogénea -y exclusión. Autoritarismo y verticalidad. Control sobre la vida personal (recordemos como se controla la vida personal de los militares en un cuartel). Colectivismo enfermizo, y su correspondiente poco desarrollo de la individualidad y el pensamiento crítico. Apelación a la violencia y el fomento de una cultura violentista, basada en parte en la humillación como disciplina y el desarrollo y ejercicio de la fuerza bruta. Fomento de la obediencia al grupo y a la autoridad, buscando evitar la autonomía y suprimir la rebelión justa. Fomento en la búsqueda de enemigos externos. Amaestramiento o supresión de la empatía. Etc.
También el tribalismo suele recurrir a la cohesión mediante una creencia irracional, como una religión, una superstición, una supremacía racial o el nacionalismo –exceptuando claro las milicias privadas.  El nacionalismo es muy similar a una religión y provoca el mismo grado de cohesión social. El filósofo Roberto Augusto escribió en “Contra el nacionalismo”: “Cada vez que se celebra un acto de homenaje a una bandera o a algún símbolo nacional siempre tengo la sensación de estar asistiendo a una ceremonia religiosa. Los creyentes nacionalistas se reúnen alrededor de sus símbolos, de la bandera o del himno, para venerar a una idea que ellos mismos han creado, pero que ha llegado a ser más importante que sus propios creadores. Cuando alcanzamos ese grado de idolatría muchos piensan que la vida de la gente vale poco al lado de su nación. Entonces, algunos líderes políticos y sus seguidores pueden llegar a la conclusión perversa de que vale la pena matar y morir en nombre de una comunidad nacional imaginada.”
Existe una relación recíproca entre el culto a una creencia irracional y la violencia organizada. En el militarismo la violencia organizada se sostiene en parte en la creencia nacionalista. Pero hay también cultos irracionales que terminan derivando en desarrollo militarizado, como la secta de Osho llamada “Movimiento Rajnishe”, esta poseía un ejército propio con armas de guerra. Una fuerza armada suele recurrir al culto a una creencia para reforzar el tribalismo y el tribalismo suele derivar en violencia, así como los cultos a las creencias se pueden volver tribales y convertirse en fuerzas armadas.
En todos los casos, un ejército para mantenerse tribal suele recurrir a brutalizar a sus miembros, despojarlos no solo de la sensibilidad sino de su capacidad reflexiva y expresiva. En el ejército es fácil, ya que, si sus miembros no van allí obligadamente por un Estado terriblemente abusivo y despótico, van allí porque de por sí no tienen muchas expectativas de sus capacidades. Suelen ser gente sin mucho talento ni inteligencia que van allí con una visión idealizada por la propaganda para ganarse un sueldo fijo del Estado. Si bien la milicia suele servir, cuando no se está en guerra, a ayudar durante catástrofes y misiones de rescate, no son un cuerpo especialmente preparado para eso, y estas misiones no justifican su necesidad. El clero y la milicia son auténticos parásitos del Estado.
Cuando vemos la “educación” de un militar, ésta no suele consistir mayoritariamente en el estudio de la filosofía, en la investigación, o en el arte. Sino más bien en disparar y arrastrarse como un gusano por el suelo. Suele buscar generar dóciles obedientes sin pensamiento crítico que sirvan de piezas para ejercer brutalidades colectivas obedeciendo a su líder y rindiendo culto a ideas imaginarias.
¿Cómo puede ser que un grupo de gente, es decir, los militares, se comporten de formas tan brutas, crueles y despiadadas? También hay evidencia científica que ayuda a entender esto. Y es que, estando en un grupo de características tribales, como lo es un ejército, nuestro comportamiento (nuestro cerebro) pierde el control y tolera realizar o permitir acciones aberrantes que no realizarían en solitario, como maltratar, agredir, torturar, alegrarse de las desgracias e incluso matar[7]. Por esto vemos tantos crímenes de guerra y tantos abusos militares.
La evidencia apunta a que las decisiones morales son radicalmente diferentes cuando nos vemos influidos por un grupo, y si bien esto tiene relación con el experimento de Ash, va más allá, porque el error de llegar a conclusiones incorrectas en un ensayo visual o similar influenciado por un grupo (experimento de Ash) es menos peligroso que la euforia que genera un comportamiento brutal de grupo. El experimento de Ash muestra que el error grupal puede hacernos equivocar, pero el resto de la evidencia sobre comportamientos de grupo muestra que también un grupo al llegar a cierta homogenización puede verse atraído a realizar acciones inhumanas y violentas que sus miembros no realizarían en solitario. Los “barrabrava” o hooligans son un ejemplo, así como grupos de delincuentes.
Los grupos de mucha cohesión (como una secta o un ejército, a veces difíciles de diferenciar) tienden a disolver la personalidad y la individualidad e incluso la moral y los principios. El estudio publicado en la revista NeuroImage y liderado por Mina Cikara, ha demostrado como las personas pierden contacto con sus referencias morales individuales cuando actúan en un grupo y como esto facilita la posibilidad de que agredan a los que no pertenecen a él. Para realizar el trabajo, los científicos reclutaron a 23 voluntarios y analizaron su actividad cerebral con resonancia magnética funcional en dos situaciones: participando en un juego de forma individual y haciéndolo en grupo. Los investigadores centraron su atención en un área del cerebro, la zona media de la corteza prefrontal, que se activa siempre que la persona hace valoraciones sobre sí misma y las cosas que piensa (algo así como parte del ‘yo’).  Durante las pruebas, los autores del estudio descubrieron que en una serie de sujetos esta zona se activaba mucho durante el juego individual pero se inhibía cuando estaban jugando grupalmente. Lo que los científicos preveían es que las personas cuya actividad en esta zona del cerebro era menor, tendrían más probabilidades de perjudicar a los miembros de otro equipo en otra tarea realizada después del juego. Y para medirlo les pidieron que eligieran dos fotos entre seis de los miembros del equipo rival que se publicarían después en el estudio. Las personas que habían tenido menor actividad en la corteza prefrontal eligieron sistemáticamente las fotos en las que sus rivales habían salido menos favorecidos, lo que, según los investigadores, confirma sus sospechas de que son más propensas a actuar contra los miembros del otro grupo con algún tipo de represalia. Para Cikara y su equipo, el resultado confirma que la gente cambia sus prioridades cuando hay un ‘nosotros’ y un ‘ellos’.
La literatura científica coincide en señalar que nuestros cerebros parecen desarrollar un sentido del grupo que nos hace percibir a los otros como extraños e incluso hostiles. En estudios anteriores sobre los cambios en la empatía, Saxe y Cikara ya habían visto que cuando emplean la lógica de grupos es frecuente que las personas se alegren secretamente de las desgracias ajenas. En experimentos con neuroimagen se ha comprobado que a algunas personas se les activan las zonas  del cerebro asociadas a la recompensa cuando el competidor recibe una descarga eléctrica dolorosa o cuando le sucede una desgracia.
Pero en la literatura científica se ve como el comportamiento de grupo puede ser paradójico. Un estudio de 1990 mostró que los sujetos eran más propensos a donar dinero para una buena causa cuando estaban en grupo que cuando estaban solos. Esto se explica mediante los mismos circuitos neuronales. El punto es que en un grupo militar, la prioridad no es donar dinero, sino combatir enemigos (y a veces estos enemigos pueden ser civiles “socialistas” –o sospechosos de serlo- dentro de la misma nación). El ambiente de violencia que se genera da como resultado, no una cooperación humanista, sino el desarrollo del comportamiento tribal que dificulta la empatía.
La estupidez abusona de los militares está ampliamente registrada en la historia y en el arte. Vemos lo que pasa en las dictaduras militares por ejemplo. Darle poder político a los militares es permitir someter a la sociedad civil a todo tipo de violaciones de los Derechos Humanos, como torturas, secuestros, abusos sexuales, robo de bebes, asesinatos en masa, guerras tontas (como el caso de Malvinas), etc.
Un ejemplo del abuso militar es el caso, de mucho impacto, de militares estadounidenses y agentes de la CIA torturando y humillando  sádicamente a prisioneros de la guerra de Irak en Abu Ghraib. Dichas torturas recuerdan a la película Saló o los 120 días de Sodoma de Pasolini, pero con menos gracia y estética, y más mal gusto.

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La necesidad de desmantelar el ejército

Lo que me parece deseable, en este momento, es que en medio de un mundo de muerte, se decida reflexionar sobre la muerte y elegir. Si esto puede hacerse, nos dividiremos entonces entre los que aceptan el rigor de ser los asesinos (verdugos) y los que lo rehúsan con todas sus fuerzas. Puesto que esta terrible división existe, será un progreso al menos hacerla evidente. A través de los cinco continentes, y en los años que vienen, una interminable lucha va a desarrollarse entre la violencia y la prédica. Es cierto que las posibilidades de la primera son mil veces más grandes que las de la última. Pero yo siempre he pensado que si el hombre esperanzado en la condición humana es un loco, el que desespera de los acontecimientos es un cobarde. Y en adelante, el único honor será el de mantener obstinadamente esta formidable lucha que decidirá por fin si las palabras son más fuertes que las balas”. Albert Camus, Sobre el diálogo.

Seamos realistas; el ejército no sirve para nada. Su único justificativo se sostiene en un círculo vicioso: nos armamos para defendernos de los que se arman para defenderse de los que se arman para defenderse de los que se arman. Un absurdo.
A estas alturas el internacionalismo y las soluciones internacionales diplomáticas ya no solo son deseables sino inevitables. Debemos exigir que exista un incentivo mundial en crear, reformar y perfeccionar instituciones internacionales, y exigir, en todo el mundo, el desarme progresivo, la cancelación de los presupuestos en investigaciones técnico-armamentistas, y el desmantelamiento y prohibición de todas las armas nucleares. Esto se puede hacer en parte con leyes internacionales que exijan disminuir mundialmente el prepuesto destinado al ejército, y sobre todo en las potencias. No solo se requiere la insistencia de organismos como la ONU, sino también la presión de individuos en todo el mundo para que el gobierno de su país decida bajar el presupuesto en fuerzas armadas.
Se requiere para que esto funcione varios requisitos, como ser: aumento de la cooperación internacional, declive de las pasiones nacionalistas, desmantelamiento de grupos de conflicto como el DAESH, hacer más fuerte a la ONU y generar más instituciones internacionales, cómo otro FMI (que no funcione únicamente a base de intereses estadounidenses y de corporaciones) y otras instituciones económicas que ayuden a que esto se pueda cumplir. También se podrían crear grandes bloques de ejércitos internacionales, que reemplacen sus ejércitos nacionales, con incorruptibles pactos de paz, con una formación más humanista, que se comprometan en su totalidad a reducir sus presupuestos y que estén regulados por varias instituciones internacionales bien diseñadas.
¿Qué tan utópico es esto? No mucho. Existen varios países sin fuerzas armadas, por ejemplo: Costa Rica, Dominica, Haití, Islandia, Mónaco, Panamá, Samoa, Vanuatu, etc. La defensa de dichos países recae según el caso en pactos de paz con la ONU, otros países, alianzas militares intergubernamentales (como el caso de Islandia con la OTAN), fuerzas como sistemas regionales de seguridad, o a veces en la policía. En el 2010, el Premio Nobel de la Paz y Presidente de Costa Rica, Oscar Arias, propuso al presidente de Uruguay “Pepe” Mújica unirse a la lista de países sin fuerzas armadas, pero lamentablemente la propuesta fue rechazada[8]. “Los ejércitos son enemigos del desarrollo, enemigos de la paz, enemigos de la libertad y enemigos de la alegría”, manifestó Arias.
En Argentina el escritor Martin Caparrós propuso eliminar el ejército argentino. Sus argumentos eran que no está preparado para enfrentar ninguna guerra, por lo que es completamente inútil además de caro. En cuanto a países vecinos chicos con los que podría mantener una guerra, no existe ninguna plausibilidad de que suceda un conflicto, y en cuanto a grandes países o potencias no hay posibilidad de que gane un conflicto. Por lo que su existencia es meramente decorativa. Y es una decoración cara  y desagradable.
Muchas instituciones y costumbres fueron legales y comunes hasta que la sociedad decidió ponerles un fin, no hay nada utópico en eso. La Inquisición fue común en toda Europa y hoy no existe, y los duelos armados fueron una costumbre asesina hoy erradicada.
También es necesario prohibir las armas en todo el mundo por los males que estas generan[9] y por el hecho de que podrían permitir la existencia de ejércitos independientes. Para ver el daño que causa la cultura de las armas en Estados Unidos, recomiendo el documental Bollowling for Columbine  de Michael Moore (documental muy interesante, aunque Moore no sea particularmente de mi confianza). Prohibir las armas, acabar con su producción y empujar el desmantelamiento del ejército deberían ser unos de los objetivos más importantes de una izquierda moderna seria.
Pero estas ideas molestan tanto a gente de izquierda como de derecha. Existe desde los orígenes de la izquierda la tradición violenta, de revolución armada, de guerrilla y de guerra. Los anarquistas del principio del XX y los marxistas, especialmente leninistas, la resaltaron y popularizaron. Hay un sector de la izquierda que cree que las armas son necesarias, que no hay que abandonar el nacionalismo (aunque tradicionalmente la izquierda rechazaba al nacionalismo y el militarismo, recordemos el asesinato de Jaures), que los ejércitos tienen que ser “socialistas” y que desprecia a los pacifistas. Este se sostiene en un mesianismo, que cree que la salvación la traerá un grupo armado, y no un progreso social sistémico. Rechazo profundamente esta izquierda sobre todo en países pacíficos y democráticos.
La idea de revolución social armada es completamente inviable, y más en un contexto tan internacionalizado como el nuestro. Una revolución de un pueblo en armas es darle una escopeta a un mono y soltarlo para que pruebe tiro al blanco entre una multitud.  No creo que el costo de miles de vidas perdidas y de un desorden social a gran escala justifique de alguna forma un fin improvisado, de poca eficacia y nula garantía. El régimen autoritario de inspiración marxista-leninista de imposición armada suele fracasar tarde o temprano en mayor o menor medida (no quiero decir que el capitalismo no tenga sus fracasos, especialmente el desregularizado), es caro a precio de vidas y libertades y hasta ahora no demostró verdaderamente ser muy eficaz ni tener logros demasiado notables. Generalmente terminan en abusos y autoritarismo. Pretender revoluciones armadas es saber que se está jugando con la vida a riesgo del fracaso total, es una idea de inspiración muy romántica, suicida y homicida. La justicia no puede imponerse mediante la injusticia y una sociedad libre no puede estar dirigida por una elite armada. La justicia social y el socialismo, mientras demuestren valer la pena, deberían de ser planeados, ensayados, progresivos, corregidos y dirigidos pacífica, racional, ética, científica y democráticamente mientras sea posible.
Por esto es que creo que una izquierda que valga la pena debe tener entre sus objetivos convertir al ejercicio de la violencia militar en historia, y esto incluye eliminar el mesianismo de creer en la salvación de un ejército socialista. Si los ideales de izquierda se basan en la libertad, la igualdad y la fraternidad, deberían plantearse que no puede haber fraternidad con un grupo de gente armada y amaestrada para la violencia.
Imagínense una vez abolido o reducido el ejército en todas las naciones, todo el presupuesto que se ahorraría para invertir en educación, salud y transporte público, en investigación científica, en actos de solidaridad internacional, etc. Toda la industria que pudiera, en vez de esforzarse en fabricar máquinas para matar, esforzase en investigar y crear otras técnicas y tecnologías que puedan ayudar al bienestar y la comodidad general.
Estados Unidos gasta cerca de 600 mil millones de dólares en mantener su ejército… ¿Se imaginan ese dinero invertido en investigación espacial y médica? ¿O en hacer públicas sus universidades y su sistema de salud? ¿O en proyectos para mitigar el calentamiento global, el problema más serio del mundo actualmente? ¿O en ayudar a mejorar la situación económica de otros países desbastados como Somalia? El producto interno bruto de Somalia es de aproximadamente 6.000 millones de dólares, diez veces menos que el presupuesto militar de Estados Unidos. Aunque impresionen poco esas cifras teniendo en cuenta que Somalia es un completo desastre, hay que tener en cuenta que EEUU gasta más en ejército que el PBI de Argentina (583,2 miles de millones de dólares). Una sociedad que permite que esto sea así, es una sociedad enferma de violencia y egoísmo.
Hoy en día casi todos estamos de acuerdo en que las guerras son una aberración que no deberían  existir… ¿Entonces para qué seguimos manteniendo el ejército? ¿Por qué aún continúa anotándose gente en esta institución? Una consecuencia de aceptar la atrocidad de las guerras es muy simple, negarse a participar en una. Una persona que se niega a aceptar que la guerra es una aberración es un enemigo de la humanidad. La culpa de una guerra la suelen poner encima de los hombros de quienes se cree que las provocan, sean políticos o empresarios. Pero la verdad es que en las guerras la culpa también es de todos los militares que aceptan participar y de todos los ciudadanos que la apoyan y mantienen el Servicio Militar Obligatorio con vigencia (por suerte este solo queda en algunos países). También la culpa de las guerras la tienen los indiferentes.
Para colmo, las desgracias de las guerras no terminan cuando terminan éstas, ni para los civiles ni para los militares sobrevivientes. En Estados Unidos se suicidan más de 20[10] veteranos de las guerras de Vietnam, Afganistán e Irak por día, y más de 75.000 viven en las calles[11]. Entre los veteranos argentinos de la Guerra de Malvinas también son comunes los suicidios. Las estadísticas son muy irónicas, ya que se suicidaron más soldados veteranos (350 aproximadamente) que soldados muertos en combate (326 si no tenemos en cuenta los muertos en el crucero General Belgrano)[12]. Entre los veteranos de guerra también son comunes terribles enfermedades mentales como el estrés post-traumático.
Históricamente la guerra, el colonialismo y las expediciones militares no solo causaron daños a seres humanos, animales, ecosistemas, etc. sino también a patrimonios de la humanidad como ciudades antiguas y monumentos. La destructiva expedición militar de Napoleón en Egipto, los Jardines Colgantes de Babilonia deteriorados luego de las invasiones persas, y las destrucciones de monumentos sirios por la guerra como ser La ciudad de Bosra, o Las Ruinas de Palmira son algunos ejemplos.
A veces para evitar la guerra es necesario renunciar a la abstracción del orgullo nacional e incluso a algunos privilegios. Pero hay que pensar ¿Verdaderamente el orgullo nacional vale más que la vida de una sola persona? Yo creo que no, como tampoco creo que el socialismo tenga que ser impuesto a costa de un dispendio de muertes. Cuando uno suele hacerse estos planteos piensa que se justifica matar y morir para defender a su nación de soldados que vienen a matarlos o saquearlos a ellos y que es una cuestión de supervivencia por la cual no se puede culpar a los militares. Pero esto es falso. Y es falso por la simple razón que aun cuando estos se defiendan “legítimamente”, se están defendiendo de otros militares que apoyan causas injustas para el privilegio de su “nación”. En cualquier caso, la culpa del conflicto recae siempre en los militares, sea de un bando, del otro o de ambos. Cuando uno acepta pertenecer a la secta asesina de un ejército, acepta la posibilidad de responder a una orden de saqueo, además de a la orden de “defenderse”. Muchas veces, los soldados ejecutan guerras despiadadas contra otras naciones para saquear y sabotear creyendo que están haciendo algo para defender a su nación, y eso hay que tener en cuenta. No toda defensa militar verdaderamente es una defensa. El pacto militar es matar y morir por la causa que desee y establezca una clase que fácilmente puede engañarlos en sus fines. Y esta clase puede engañar también al resto de la población para hacerlos apoyar o justificar una guerra innecesaria en busca de privilegios incluso creyendo que están haciendo un bien por su nación, y en el peor de los casos por el bien de la nación atacada.
Claramente para desmantelar el ejército hay que también debilitar el nacionalismo, y eso es de verdad difícil, pero el que piensa que esto es imposible en parte está siendo cómplice de esa imposibilidad. “El camino que debe recorrer la humanidad no es el de profundizar en las divisiones, sino darnos cuenta de que vamos en el mismo barco y que nos ahogaremos si no remamos en la misma dirección”, escribió Roberto Augusto. Con el avance de la tecnología y el poder de destruir nuestro planeta en una guerra presionando un botón, se hace demasiado evidente que vamos en el mismo barco. Mientras avance la tecnología, avanzará la necesidad de terminar con la  superstición nacionalista, y de acabar con las guerras y con su posible existencia.
Si queremos dar el paso anterior a eliminar el ejército, que sería debilitar el nacionalismo, debemos entender que no podemos hacerlo únicamente discutiendo el concepto con cada persona nacionalista que conozcamos. Hay que entender qué causa el nacionalismo, y este problema es complicado, multicausal y sistémico. El tribalismo es tan psicológicamente tentador que dudo que el nacionalismo pueda ser eliminado por completo tan fácilmente, y de ser así, el tribalismo se manifestará de otra manera, de forma casi inevitable. Evitar el tribalismo social es demasiado complejo, y debe ser uno de los principales proyectos humanistas. Una de las posibles causas del tribalismo agresivo es la desigualdad social, muy relacionada con el aumento de la violencia (vemos cómo Alemania, en la condición de desigualdad luego del Tratado de Versalles, aumentó su índice de chauvinismo, pero esta correlación es insuficiente para explicar el nazismo).
Cuando se propone abolir el ejército, uno de los “argumentos” es que mantener el ejército está bien porque siempre fue así; desde que existe civilización existen enfrentamientos armados. Pero esto es en realidad una falacia lógica conocida como “argumentum ad antiquitatem”, o apelación a la tradición. No puede ser utilizada como argumento serio.
También se usan otros tipos de falacias para defender las instituciones militares, como la falacia de apelación a la naturaleza de que “el hombre es malo por naturaleza y buscará naturalmente los enfrentamientos armados”. Verdaderamente no hay ninguna evidencia seria que sugiera que las civilizaciones requieran de las guerras para mantenerse. Tampoco es cierto que el ser humano sea “malo” por naturaleza, no es ni bueno ni malo. Mario Bunge escribió: “El hombre no nace malo. No hay genes maléficos. Tampoco hay genes benévolos. Según nuestros principios y las circunstancias, unas veces nos comportamos bien y otras mal“[13] En el mismo artículo agregó: “las escuelas de guerra son las únicas que se especializan en enseñar a practicar la maldad… Si nos preparamos para la guerra, terminaremos haciéndola; si nos preparamos para la paz, la tendremos y seremos un poco más buenos que malos.”

Siento mucha tristeza, de verdad, por todos aquellos que decidieron, para evitar estudiar una carrera universitaria, buscarse un empleo útil y una elevada razón de ser, volverse piezas de esa maquinaria enferma y despreciable que es el ejército. La cultura  debería abandonar, de una vez por todas, la deleznable idea que equipara heroísmo con efectividad asesina. Espero ansioso el momento en que la sociedad entienda al verdadero héroe de la civilización como un original científico, un talentoso artista, un médico hábil, un intelectual comprometido, un apasionado profesor, un político honesto, o un excelente técnico. Los héroes no son los que matan y mueren por causa militar; son asesinos y/o víctimas. El ejército es una institución que requiere ser mundialmente abolida y figurar sólo en la historia como una vergüenza del pasado de la que hay que huir.

Durante un largo veraneo en el Paso del Molino, en Montevideo, ciudad que quería mucho, (mi padre) me dijo que me fijara bien en las banderas, en los escudos, en los cuarteles, en las iglesias, en las carnicerías y en las sotanas, para poder contar a mis hijos que yo había visto esas cosas raras, que no tardarían en desaparecer de la faz de la tierra. No sin melancolía compruebo ahora que la profecía era prematura.” Jorge Luis Borges.

[1] http://www.milsf.com/psychology-of-killing/
https://www.xatakaciencia.com/psicologia/los-soldados-de-antes-eran-menos-asesinos-que-los-de-ahora
http://www.canadianmilitaryhistory.ca/wp-content/uploads/2012/03/4-Engen-Marshall-under-fire.pdf

[2] http://biblioteca.org.ar/libros/150672.pdf

[3] Capítulo 20, temporada 1, 1986.

[4] http://chequeado.com/ultimas-noticias/mario-ishii-desde-que-se-fue-el-servicio-militar-la-inseguridad-empeoro/

[5] http://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/00224545.1939.9713366

[6] https://dspace.lboro.ac.uk/dspace-jspui/bitstream/2134/16182/4/Lewin%20revised.pdf

[7] https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/24726338

Reduced self-referential neural response during intergroup competition predicts competitor harm (NeuroImage)
http://news.mit.edu/2014/when-good-people-do-bad-things-0612

[8] http://www.infodefensa.com/latam/2010/04/02/noticia-arias-propone-a-uruguay-abolir-sus-fuerzas-armadas-y-mujica-lo-rechaza-diplomaticamente.html

[9] https://barderzineblog.wordpress.com/2016/06/21/armas-y-lobby-la-evidencia-cientifica-detras-del-uso-de-armas/

[10] http://www.hispantv.com/noticias/ee-uu-/283824/suicidio-veteranos-militares-eeuu-aumenta

[11] http://www.telesurtv.net/bloggers/-22-veteranos-de-Guerra-se-suicidan-diariamente-en-Estados-Unidos-20150209-0003.html

[12] http://www.lanacion.com.ar/784519-no-cesan-los-suicidios-de-ex-combatientes-de-malvinas

[13] http://elcomercio.pe/eldominical/articulos-historicos/hombre-malo-bueno-mario-bunge-366670

3 comentarios en “La miseria del militarismo parte I

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